viernes, 6 de abril de 2007

FERNANDO BALSECA



Menciona a:
Jorge Enrique Adoum
Efraín Jara Hidrovo
Javier Ponce
Mario Campaña

Poeta, ensayista y catedrático universitario. En los setentas participó del colectivo Sicoseo de Guayaquil; en la década posterior integró el Taller de Literatura del Banco Central del Ecuador, Sucursal Guayaquil, que coordinó el escritor Miguel Donoso Pareja. Integra el Comité Editorial de la revista Kipus del Área de Letras de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito. En poesía ha publicado Poesía: Cuchillería del fanfarrón (Guayaquil, 1981); Sol, abajo y frío (1985); De nuevo sol, abajo y frío (Quito, 1992); A medio decir (Quito, 2003). Cuento: Color de hormiga (Guayaquil, 1976). En 1991 publicó la antología de poesía ecuatoriana La palabra perdurable. Consta en las antologías: La novísima poesía latinoamericana (México, 1982); Palabras y contrastes: antología de la nueva poesía ecuatoriana (Cuenca, 1984); Posta poética (Quito, 1984); Poesía viva del Ecuador (Quito, 1990) y La palabra perdurable (Quito, 1991). Recientemente obtuvo un Phd. en la Universidad del Estado de Nueva York, sede Stony Brook, con un trabajo sobre el modernismo ecuatoriano.


  • POÉTICA


A manera de poética:

De A medio decir (Quito, Seix Barral, 2003).



Escribo para borrar lo que he sido, no para dejar una señal,
sí para quitar de la ilusión de los mortales el afán de perdurar.
El lenguaje sólo brilla cuando procesa el desvanecimiento del ser.
Escribo para olvidar que una palabra sujeta a otra
en una asfixia del cuerpo que se deja vencer en el abismo.
La escritura no busca la divulgación ni ser registrada
en un catálogo de los libros que existirán al infinito.
Se escribe porque es el único medio de alejar la enfermedad.
Escribo en reciprocidad al don que me llega de tu boca
que me permite alcanzar la estrella más lejana,
capturar la presa anhelada a cientos de brazas de profundidad,
conseguir al menos un verso que descodifique tu trayecto
de flor única de animal aún no clasificado
de nube que guarda un temporal de beneficio
de aguas oceánicas de atmósfera que se sana en el ozono
de hembra que mora en el regalo del cuerpo y la palabra.
He dejado de borronear sobre el papel pero no he cesado de escribir.
Escribo porque, aunque digo que tú me das sentidos,
la noche avanza y sigue hueca como un hueco.


  • POEMAS



No el humo sino la cortina que ronda tus labios desgarra la razón.
Tampoco la noche de las cinco de la tarde.
Es que estás aquí en medio de la nieve que me quema,
inadvertida de la tormenta y con las ventanas siempre abiertas.
Bajo qué manta —qué destellos en la poca luz— seremos invisibles,
cómo paralizar el giro inesperado del objeto que rueda para siempre,
en qué recodo de arena acamparemos para fracasar sin proponérnoslo.
Acaso el sol sea el equilibrio que bien le haría a este paisaje
que nada tiene que ver con el reclamo por una geografía.
Desde tu habitación yo vi la ardilla correr con timidez exagerada,
atestigüé la floración de la ramita mucho antes de lo previsto,
sin siquiera medir el ángulo de entrada del último resplandor
me di cuenta de que anochecía más temprano y canté el suceso.
Nada me inmutó hasta que tu pecho se impuso en mi costado
con una frase exenta de previsión que me partió en múltiples pedazos:
un fragmento voló alto y de él no hay referencia en ningún rastreo,
otro me ha labrado un sordo escalofrío que tergiversa la serenidad.
Tu aparición conmemora sin remedio el trizamiento del ser.
Pero no es el humo sino la palabra que sale de tu boca
lo que completa el día, lo que hace palpitar la semilla.




La metrópolis se estremece porque andas tú por sus verandas
suelta a la manera de una hoja que levita desafiando toda ley.
Los viandantes se petrifican en su intento de archivar en una imagen
el continuo del tiempo que sustraes y que sólo tú congelas.
Los semáforos vacilan cuando altiva cruzas el paso peatonal
para comprobar que la comunicación sin engaño es imposible.
Los vendedores ofertan las mercancías a tu paso sin reconocer
que el otro día sobrepasaste el ámbito de la transacción humana.
Los jóvenes que te admiran necios ya redactan acrósticos,
composiciones líricas de esforzado ingenio —¡todo mediocre!—,
ignorantes de que te encaminas empecinadamente hacia un abismo
recién abierto para que ensayes el ejercicio de tu vuelo.
Los brigadistas saben por tus ojos que su lucha no fue en vano.
Declaro que esa ciudad es mi enemiga pues te retiene lejos de mí.



En el harén en que habito hay una esclava que altiva se me pone de rodillas y me deja entrar.
En el harén que controlo con diligencia una esclava se despoja de sí porque yo se lo ordeno.
En el harén que imagino anda una esclava que me aturde con sus pechos cada vez que entro en el sueño.
En el harén que he comprado se pasea una esclava que me cura los rasguños inferidos por otras mujeres.
En el harén que gobierno una esclava descalabra mis edictos y resoluciones con la magnitud de sus caderas.
En el harén que he formado protesta una esclava cuya desobediencia justifica que pida para ella el castigo capital.
En el harén que planeo habrá siempre una esclava sabia en hierbas que me llevarán de viaje por el desierto sin sentir sed.
En el harén en que estoy deambula una esclava que masajea mis muslos después de ofrendarme lo mejor de su lengua.
En el harén de mi propiedad no hay lugar para el reposo porque la vacación ha sido declarada premisa de toda temporada.
En el harén que diseño ha llegado la más hermosa hembra que no sabe qué hacer con la dorada paradoja del matrimonio.
En el harén que vigilo una esclava me quita el poco aire que me queda al formularme inquisiciones altaneras.
En el harén que me pertenece una esclava incitante se abrillanta los muslos como una hembra de caza.
En el harén que he creado una esclava al fin se rinde después de mi insistencia por enseñarle lo que nunca imaginó.
En el harén en que vivo hay sólo una mujer a la que me entrego como si yo fuera su esclavo.




Al contrario que yo
tú no has estado en Sacsaywaman preguntándote de dónde,
cómo vino a parar tanta piedra cincelada en paisaje con otra economía.
No has andado por las trochas de Cascol en busca de un haz de luz
para producir una emulsión en mi tumba cuando me quede mudo.
Tampoco te han visto entregada a la garúa en la rada de Cojímar.
Nunca te asomaste al acantilado del callejón sin salida de Sound Beach.
Mas cada vez que retorno a los espacios que para mí he descubierto
percibo que ya estuviste allí silenciosa, prefigurando
el tiempo del absoluto comienzo y de la inútil proposición del reencuentro.
Tampoco di contigo en un casa esquinera en Lacret y Pasaje Oeste
cuando aprendí un paso de son que salva al que ha perdido el ritmo.
Nunca consumí mi espera frente al número 2 de la calle Teodoredo
atisbando el segundo piso alto en busca de la silueta de la revelación.
No rondé por el barrio Centenario buscando que se desprendiera un aerolito.
No estuve contigo en la sala de los claustros en el alto Manhattan
ni en el zoco de Marraquech comprando un poco de rapé
para destaparme la nariz y deshacerme de la alergia al ácaro doméstico.
Nunca compartimos el tour en Leningrado Lisboa Melilla Praga Petra.
En mi puta vida degusté una sopa marinera en Cotocollao.
Jamás viviste allá o aquí: sólo una sombra irrumpiendo mi camino.
Pero algo inmemorial me dice que si Ptolomeo te hubiera conocido
ya hubiera encontrado para ti un preciso lugar en el sistema.